Hay heridas nuestras de las cuales no siempre estamos conscientes. Palabras
que continúan creando un eco en nuestras cabezas y que estamos tan
acostumbrados a ellas que ya no las notamos. Sin embargo, han influenciado cada
decisión, sentimiento y perspectiva. Todo aquello que en algún momento nos
lastimó y que nunca sanó ha creado espinas en nuestro camino que han causado
aún más dolor a nuestras vidas y a las de aquellos que nos rodean.
La sanidad interior es extremadamente necesaria, pero pocas veces pasa
por la mente de las personas. Quizá hemos llegado a estar tan acostumbrados al
dolor que no sabemos que existe otra opción, pero Dios en Su misericordia
siempre busca esas maneras de recordarnos que no hay nada tan roto o tan sucio
que Él no pueda perdonar y restaurar.
En este devocional, iremos descubriendo diferentes áreas con respecto a la sanidad, enfocándonos en el perdón y la gracia. Hoy hablaremos, primeramente, sobre el perdón de Dios. Creo firmemente que toda sanidad nace primero de comprender y sumergirse en la verdad de que hemos sido perdonados y somos libres de condenación.
Absolutamente todos hemos fallado. Hasta la persona más admirable e impecable ha pecado y cometido errores. No ha existido persona, fuera de Jesús, que caminara sobre esta tierra y estuviera libre de pecado.
Recuerdo que hace muchos años, cuando recién le rendí mi vida a Dios, la condenación no me dejaba avanzar. No me sentía digno del perdón de Dios y cargaba con todo el peso de mi pasado pensando que debía vivir un martirio. No podía evitar sentirme consumido por mis faltas y, para serte sincero, hasta envidiaba a las personas que vivían en libertad de culpabilidad.
Un día Dios me llevó a Salmo 103:12, “Tan lejos como está el oriente del occidente, alejó de nosotros nuestras rebeliones” (RVC). El perdón de Dios es tan poderoso, profundo e inigualable, que en ocasiones nos es difícil comprenderlo. Claramente en la palabra de Dios, vemos cómo Él únicamente busca un arrepentimiento genuino, y eso basta para dejar el pasado atrás.
Ezequiel 33:14-16 expresa esta idea completamente. Tenemos un Dios
increíblemente bueno que quiere sanar tu vida, perdonar tu pasado y restaurar
tu presente.
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