Deja que el
viñador te levante.
El refrán popular dice que del árbol caído todo mundo hace leña.
Otro en el mismo sentido reza que al caído, caerle.
Y en pocas palabras lo que señala la sabiduría callejera es que
cuando alguien se tropieza o anda en mala racha, difícilmente encontrará a una
buena persona que en lugar de aprovecharse de su estado de indefensión le
tienda una mano y le ayude a superar el mal momento.
Un sabio consejo es que si alguien se siente que anda gordo,
hinchado y con paperas, nada mejor que aferrarse de la mano de Dios, de quien
el Salmo 46 en la Biblia dice que es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto
auxilio en las tribulaciones. Él está dispuesto a levantarnos, no a terminar de
rematarnos.
Jesucristo, quien se crió en una cultura vitivinícola y conocía
muy bien el cultivo de la uva y el arte de la producción de buenos vinos, usó
como figura una vid para enseñar a su auditorio cómo es que Dios cuida de sus
hijos para que sean productivos en términos espirituales.
Él se comparó con la vid y dijo que su Padre celestial era el
viñador.
Por su parte a sus hermanos espirituales, que somos los
cristianos, nos ubicó como pámpanos, es decir, como las ramas que dependen de
la vid para tener su vida, sus nutrientes y llegar a florecer y dar fruto en su
debido momento.
Pero a veces puede suceder que una rama no sea fructífera, o lo
sea en poca proporción, por lo cual el viñador en lugar de quitar ese pámpano,
lo levanta. Inclusive lo amarra con hilitos y hasta le pone algodones.
Y si el fruto es escaso, entonces lo limpia para que pueda
llevar más fruto.
Es un trabajo que demuestra que el labrador de esa viña cuida
con esmero la vid, en lugar de maltratarla.
Cuando leemos la Biblia en castellano encontramos que en el
versículo dos de Juan 15 dice que el viñador quita o corta el pámpano que no da
fruto.
Pero si vamos al idioma griego en el cual se escribió
originalmente este texto hallamos que el vocablo que se ha traducido por quitar
o cortar es “aírei”, el cual, aunque pudiera traducirse
como quitar o cortar, en una primera acepción significa levantar, cargar sobre
sí mismo y alejar.
Esta palabra griega “aírei” es el equivalente al vocablo hebreo “nasá”,
que expresa que Dios en lugar de quitar o perdonar un pecado lo que hace es
levantarlo, echárselo encima y llevárselo lejos, para que nunca más vuelva y
nunca más sea recordado.
A un hijo de Dios nada lo puede arrancar, quitar, separar, o
vomitar de Cristo, porque ya hace parte de su esencia, porque hace parte de su
cuerpo, de su carne y de sus huesos, como cita Efesios 5:30.
Así es que si estás en Cristo siéntete seguro de que nada ni
nadie te podrá separar de su amor.
El apóstol Pablo no dijo que esto era algo que él simplemente
creía, sino que era algo de lo cual había sido plenamente convencido.
El le expresó a los cristianos de Roma con total seguridad de
que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni
lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda
la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo
Jesús nuestro Señor.
¡Ah!… tampoco te asustes con la idea de que Cristo te pueda
vomitar, ya que nadie vomita su propio cuerpo, sino aquello que es extraño al
cuerpo y que por lo tanto no es asimilado sino rechazado.
Por supuesto que estas verdades no deben ser excusas para llevar
una vida cristiana mediocre, ya que el mismo texto de Juan 15 dice que serás
levantado para que lleves fruto, no para que seas estéril.
Y que si tu fruto es escaso entonces serás podado para que
lleves mucho más fruto.
Y Romanos 14:4 dice que Dios te afirmará para que lleves más
fruto.
Así es que en la Biblia no vas a encontrar motivos para la
tibieza espiritual, sino palabras de restauración, de ánimo y de seguridad para
que progreses en tu vida espiritual.
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