Una historia a mirar, uno de los
gigantes del Antiguo Pacto. La historia que nosotros conocemos de este
patriarca comienza cuando tenía 75 años. Queda claro que estamos hablando de
otros tiempos, pero igualmente a esa edad una persona acumula siete décadas de
experiencias. Es la etapa en que uno pierde las posturas radicales y más osadas
de la juventud. Para muchos, es el momento de la vida en la que uno se aferra a
las costumbres y a los hábitos desarrollados a lo largo de muchos años. Los
cambios no son bienvenidos. Más bien son resistidos, porque implican romper con
esas estructuras que tanta seguridad nos infunden.
A este hombre, reconocido en el lugar
donde moraba, dueño de las muchas posesiones que se acumulan a lo largo de tan
extendido período de tiempo, se le aparece el Señor y lo llama al desarraigo
completo. Debe dejar su tierra, su parentela y la casa de su padre, para
comenzar una nueva vida. Para construir algo nuevo muchas veces es necesario
destruir lo que existe.
No estamos hablando aquí de mudarse dos casas más allá de donde se vive en el presente. Estas instrucciones implican salir de una cultura conocida, renunciar a una posición de eminencia y cortar con los lazos que lo unían con la familia. Todo esto, en un momento de la historia donde las familias conformaban verdaderas comunidades cerradas. La lealtad hacia los parientes y el compromiso con el proyecto que llevaba adelante la familia era la postura que se esperaba de cada integrante del grupo.
No estamos hablando aquí de mudarse dos casas más allá de donde se vive en el presente. Estas instrucciones implican salir de una cultura conocida, renunciar a una posición de eminencia y cortar con los lazos que lo unían con la familia. Todo esto, en un momento de la historia donde las familias conformaban verdaderas comunidades cerradas. La lealtad hacia los parientes y el compromiso con el proyecto que llevaba adelante la familia era la postura que se esperaba de cada integrante del grupo.
Una vez más, observamos que al igual
que en el caso de Noé, Abram no posee claridad acerca del proyecto al que está
siendo llamado. Posee una promesa: «Haré de ti una nación grande, y te
bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición» (Gn 12.2 – NBLH), pero el
texto aclara que salió sin saber a dónde iba.
Imaginemos, por un momento, las
discusiones y preguntas a las que debió hacerle frente antes de emprender este
viaje hacia lo desconocido. ¿Qué explicación podía ofrecer para semejante
ruptura con la tradición de la cultura? ¿Cómo podía justificar tamaño
desarraigo si ni siquiera podía identificar su destino final? Los que eran
parte de su entorno habrán cuestionado duramente la decisión que debió
comunicar a la familia. ¿Y qué de las dudas que seguramente surgieron en el
secreto de su propio corazón? ¿Habrá entendido bien lo que el Señor le estaba
pidiendo?
La
frase que resume la respuesta de Abram, en Génesis, es maravillosamente
sencilla: «Entonces Abram se fue tal
como el Señor le había dicho…»
(12.4 – NBLH itálicas añadidas). He aquí el secreto de un hombre de fe:
obedecer, aun cuando sea golpeado por un torbellino de interrogantes. No es
poseer claridad acerca del proyecto lo que nos ayuda a movernos, sino poseer
claridad acerca del carácter de Aquel que promete. Las dudas son normales. Los
cuestionamientos también. Es por eso que el autor de hebreos nos exhorta a no
dejar que la fe se asuste y huya. ¡Retengámosla! Es la clave para avanzar.
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